viernes, 18 de febrero de 2022
En la juventud oía de los mayores el consejo: “Cuida tu sosiego”; no comprendía el alcance de la recomendación; se explica por los bríos de la edad, que no teme al error ni al desacierto.
He vivido atravesando jardines y humedales; enfrentando vicisitudes de la existencia; al fin comprendo la importancia del sosiego para las reflexiones de si acerté o me equivoqué, de las cuales me alegré o las lamenté.
Mi madre fue modelo de serenidad y prudencia. Refugio para mis angustias y pesares; una fuerza moral sin ondulaciones en sus advertencias: dulces, cuando procedía; severas, cuando ella entendía que me pude equivocar, porque no atendí al sosiego, siempre necesario como bandeja de la razón.
Lo he reexaminado y me siento fortalecido, no sólo por su contenido de suaves nostalgias, sino porque veo su utilidad permanente para juzgar lo vivido. Sirve mucho en este presente fluido y tortuoso, no sólo para lo que pueda quedarme de vida, sino para aconsejar a los demás. Aquellos que tienen que tomar decisiones en el ámbito del quehacer público.
Concretamente, he visto al Presidente deslizarse en errores por precipitación; por no contar con el sosiego que se necesita para sustentar la idea de un buen gobierno, en hechos, no en ardientes avisos de logros. Creo que el Presidente debe descansar; reducir la intensidad de su quehacer y meditar en reposos espaciados.
Es cierto que lo aguijonean las necesidades de las comunidades y querría tener la omnipresencia de Dios para acudir en auxilio y resolver, lo cual es loable. Pero, somos simples mortales y estarán siempre los límites de la realidad, que nos pueden llevar a desagradables fracasos; el peor, prometer mucho, pero alcanzar poco. Tener en cuenta que está bajo acecho de críticos naturales que esperan el colapso de su palabra.
Es prudente el descanso como nido de meditaciones. Llamo Presidente sorprendente al nuestro, porque no me lo imaginaba bregando con crisis tan complejas, con razonables éxitos. Pensé que sería desbordado a corto plazo, y no ocurrió. De ahí, mi sorpresa de verle acometer iniciativas válidas, pero temo que la dinámica vertiginosa de los hechos del poder esté turbando el mercurio de la brújula de los aciertos; que pueda caer el Presidente en los garfios de las pasiones, que tanto azuzan las inconformidades públicas mutándolas en rebeldía.
Su error consiste en no entender que el verdadero éxito de su gobierno seguiría siendo el manejo de esas crisis. Su optimismo básico era necesario, hasta el punto que le sirviera de aliento al pueblo; pero el realismo no podía desecharse, ni adoptar el éxito altisonante.
Descanse, pues, Presidente; se lo dice quien está más allá de las reglas de juego de este tremedal, que vivió crisis inmensas y vio a un presidente sabio lidiar con ellas. Balaguer era una verdadera escuela de poder; dotado para vadear aquellos percances increíbles y los acontecimientos no podían sacarlo de sus casillas, que mi inolvidable Orlando describiera como “algo oriundo de las nieves”. Trabajaba intensamente. Tanto, que llegó a la no videncia; tenía un mecanismo de reposo y aislamiento singular y la fatiga se quedaba, como la corrupción, “en la puerta de su despacho”.
Sin embargo, llegué a verle contrariado, inquieto, hasta irritado, porque son difíciles y enconadas las vicisitudes del mando. Aquel manejador de crisis políticas, económicas y sociales, para hacer cuanto hizo tuvo que chapotear en el espantoso lodazal de la infamia. Sería imposible describir aquello en este espacio limitado. Aquel hombre taciturno, de enorme cultura, pudo provenir de las entrañas de la fuerza, libre de ser parte, terminando reconocido como arquitecto sustancial de la vida democrática que podemos disfrutar.
Dos etapas tuvo su gobierno: la primera, dentro de la guerra fría mundial y la post guerra civil nuestra: los tremendos “doce años”, que fueron su calvario en manos de sus enemigos mortales; y la segunda etapa de diez años, desapareciendo la guerra fría, en las sombras de la no videncia, reconocido como “Piedra Angular de la Democracia”, según proclamación de los que con más saña le habían combatido.
Presidente, más allá de los consensos abiertos para discutir enmiendas y rectificaciones de yerros, está su conciencia. Lo ideal es la consulta experta; oír los sectores, sólo para explorar; tocar, de ser necesario, las puertas de la experiencia y decidir dentro del sosiego. No se expone así a las capciosas sospechas de que “son otros los que gobiernan”. Mantenga su foso de umbral entre los intereses de esos otros y su decisión final.
Me llegó a decir un importante hombre de empresa, ya desaparecido: “Nosotros cuando le íbamos a ver como grupo o sector, ensayábamos como los músicos de las orquestas. Uno nunca sabía por dónde vendría la decisión”. Desde luego, convinimos en que cada miércoles estaba presente en sesiones de la Comisión Nacional de Desarrollo, oyendo y participando en debates interesantísimos, a puerta cerrada. Nunca le decía “no” a cuantos proyectos e iniciativas se le presentaran. Pero, se refería a lo que por lo bajo se conocía como “sus puentes rotos”. Si lograban pasarlos, iría el proyecto a su lupa final. Nunca exaltaba sus obras, como las once presas construidas para el riego, la energía y la salud. Están ahí, testigos de piedra y aguas elocuentes. La posteridad sabrá agradecerlo.
Debo resumir, en palabras simples y claras: Descanse, Presidente. Medite y estudie sus decisiones.
Recuerdo el pasado y aconsejo al presente.
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